krosenvi7@alumnes.ub.edu
Universidad de Barcelona
d.albarran@auckland.ac.nz
University of Auckland
Resumen: Las prácticas textiles son consideradas como una forma de conocimiento de la resistencia principalmente transmitido por mujeres que fomenta la inclusión y activa resonancias íntimas y colectivas entre ellas. Este capítulo propone un diálogo entre dos dinamizadoras latinoamericanas de círculos textiles de mujeres migrantes en Barcelona y Auckland. La metáfora del telar y los conceptos de sentipensar y corazonar se emplean como enfoque metodológico, destacando los beneficios de las pedagogías feministas en el fortalecimiento de la inclusión y empoderamiento de las mujeres migrantes, así como en la promoción de enfoques educativos no hegemónicos. La metodología propuesta facilita la promulgación de conocimientos desde la interdisciplinariedad y la experiencia encarnada de quienes dinamizan estos espacios de diálogos textiles.
Palabras clave: diálogos textiles; mujeres; sentipensar; corazonar; diásporas
Debemos soñar, pero no los sueños del patriarca. Debemos inspirarnos en el tiempo y en los pueblos en que las mujeres tenían y aún tienen sueños propios, es decir, en un mundo en que la pluralidad de aspiraciones y metas de satisfacción es todavía posible (Segato, 2018, p. 66).
La historia del mundo textil está intrínsecamente vinculada con la historia de las mujeres, cuyas producciones artísticas y conocimientos se entrecruzan inevitablemente con sus luchas y el desarrollo de los movimientos feministas (Kokoli, 2022; Pentney, 2008). Si bien algunas feministas de la segunda ola vieron las técnicas textiles como un símbolo de opresión hacia las mujeres y demostraron interés en querer erradicarlas, es un hecho que han prevalecido con más fuerza, sobreviviendo al intervencionismo patriarcal inclusive (Alcaraz, 2016). Las mujeres han estado vinculadas a las actividades del coser y tejer como parte de las actividades domésticas y del papel asignado a su rol en el ámbito privado de la sociedad. Es así como muchas de estas prácticas fueron traspasadas de generación en generación a través de la palabra y enseñanza generosa de madres, abuelas, hermanas, profesoras y amigas que han visto en estas formas de conocimiento una herencia de sobrevivencia. También fueron incluidas dentro de los programas de estudio en las escuelas, principalmente desde una perspectiva de construcción de la «feminidad», considerándolas como habilidades necesarias para cumplir con el ideal de mujer esperado (Sarasúa, 2002).
Desde la concepción de estas prácticas como forma de arte, la historiadora Rosika Parker (2010) fue de las primeras en plantear la discusión sobre una posible revolución en el arte textil y cómo este pasó de ser una actividad de distracción íntima femenina a una disciplina considerada dentro del mundo de las Bellas Artes. Sin embargo, sus apreciaciones que, parten de vestigios históricos como cartas y escritos de la época, se apegan principalmente a la realidad europea. Con respecto al contexto latinoamericano, existen numerosos estudios desde la antropología y la psicología que investigan la conexión etnográfica del textil con la memoria, la tradición y la sanación (Bello y Aranguren, 2020), pero son casi inexistentes los que sitúan estas actividades dentro del campo del arte. Esto se debe en gran medida al conflicto macro de la invisibilización de la mujer no tan solo en la historia del arte, sino en todas las esferas de las sociedades.
Con el propósito de contribuir a la valoración de estas prácticas más allá de un pasatiempo «femenino» o una moda, se levantan diversas iniciativas que utilizan las prácticas textiles y su relación intrínseca con las historias de resistencia de las mujeres como una herramienta pedagógica (González et al., 2022). Este capítulo expone diversas experiencias vehiculizadas a través de las prácticas textiles que están enmarcadas dentro de las pedagogías feministas y cuyo enfoque busca promover espacios de educación «no académica», inclusiva y con perspectiva de género. Para lo anterior, se realiza un diálogo entre las vivencias encarnadas de dos dinamizadoras de círculos textiles de mujeres migrantes latinoamericanas en las ciudades de Barcelona y Auckland. La perspectiva metodológica de este artículo se basa en la metáfora textil del telar (Albarrán González, 2022) a través de los conceptos del sentipensar (Cepeda H., 2017; Fals Borda, 2015) y corazonar (Guerrero Arias, 2010; Pérez Moreno, 2012).
La urdimbre de este estudio son las experiencias de ambas investigadoras, por lo que cada una expone los conceptos que cruzan sus discusiones y los puntos de encuentro entre ellas en la trama. Además, se dan a conocer sus posicionamientos con respecto a las pedagogías feministas y cómo se sitúa cada hilo desde los territorios que habitan. Considerando las características de las prácticas textiles como actividades de la resistencia y formas de conocimiento que promueven acompañamiento sororo, se presentan sus resonancias textiles desde los proyectos que han activado en la diáspora1. Por último, a modo de remate, se presentan las reflexiones finales de esta urdimbre.
Este trabajo busca contribuir a la documentación de las prácticas textiles, reconociéndolas como formas de conocimiento enraizadas en las historias de resistencia de las mujeres. Igualmente, las experiencias analizadas dan cuenta del beneficio de implementar pedagogías feministas con propuestas que rompan con formas de enseñanzas hegemónicas y promuevan una educación en igualdad, poniendo énfasis en la importancia de encarnar la práctica, reflexionar desde el hacer y la memoria del cuerpo (Cuellar, 2019). Con ello, la metodología propuesta facilita la promulgación de conocimientos desde la interdisciplinariedad y la experiencia encarnada de quienes dinamizan y forman parte de los diálogos textiles como mujeres migrantes latinoamericanas.
Desde nuestras vivencias encarnadas como creativas e investigadoras textiles buscamos aportar a la teorización sobre estas prácticas una herramienta de trabajo feminista más cercana, afectiva e inclusiva. Es decir, nuestras vivencias no son tan solo desde el teorizar o dinamizar, sino también desde el experimentar estas prácticas, buscando así otra forma de contribuir a documentar el mundo textil, acortando la distancia entre la teoría y la práctica (Hooks, 2021).
Entendemos que las prácticas pedagógicas que se direccionan a ser feministas, más allá del exceso de teorización que puedan ofrecer, son efectivas por la vinculación significativa con quienes desde sus multirealidades se disponen a vivir una experiencia colaborativa a través del textil. Es por eso por lo que planteamos nuestras prácticas desde teorías y metodologías participativas y activistas que promueven la liberación y la transformación social y apuntan a la igualdad y la valoración de todas las participantes como parte del espacio de aprendizaje (De la Piedra y Méndez, 2018; Hooks, 2021; Segato, 2018).
Tras el cuestionamiento de nuestros roles, entre los que se encuentra el de académicas, hemos buscado apegar nuestras metodologías pedagógicas a teorías que pongan en valor la importancia de las vivencias íntimas y en colectividad, poniendo la experiencia de la migración como hilo conductor2. Las prácticas textiles son excelentes catalizadoras de procesos comunitarios y sociales (Arias López, 2017) y sus diversas etapas contribuyen a la fortificación de métodos más horizontales que promueven una didáctica particular en diálogo con las vivencias de las participantes y sus propias inquietudes.
Desde las experiencias íntimas que se movilizan a través del quehacer textil y la reflexión ante los relatos de otras mujeres se producen creaciones textiles que dialogan entre sí más allá de concepciones estéticas esperadas. La naturaleza textil propicia la confluencia de historias dentro de otras historias, un diálogo entre el pasado y el presente. Esto se da especialmente cuando se analiza la procedencia de las telas reutilizadas que se emplean (que generalmente provienen de la ropa de las mismas integrantes) y la nueva vida que cobran en la pieza artística que conforman en solitario y también en colectividad.
Las prácticas textiles se aprenden haciendo, «construyen sentidos y organizan significados que atraviesan lo corporal, lo relacional y lo emocional» (Bello y Aranguren, 2020, p. 192). En el proceso de creación se puede prescindir del lenguaje verbal, porque es el cuerpo el que actúa como protagonista y se involucra entero en este accionar. Es así que resulta de suma importancia que las personas que dinamizan espacios textiles muestren desde su propia práctica (su corporalidad) cómo se realiza un tejido o un bordado (Cuellar, 2019). Si bien ninguna corporalidad será igual a la otra, la interacción de los cuerpos que se produce a través de las prácticas textiles las sitúa dentro de las pedagogías performativas, porque consideran el cuerpo como otro «lugar de aprendizaje» (McCutcheon y Boudreaux, 2020, p. 212). Diversas investigadoras textiles reconocen el bordado como una práctica feminista y también como una manera de habitar el cuerpo (Albarrán González, 2020; Cuellar, 2019; Tapia de la Fuente, 2021).
Las prácticas textiles desarrolladas a través de grupos de mujeres migrantes contribuyen a fomentar movimientos feministas renovados. Las historias de migración que se entrecruzan en los espacios de acompañamiento y activación textil están atravesadas por conflictos políticos, sociales, culturales y principalmente de género. Cuando se abren vínculos de concientización en torno a las desigualdades a que enfrentan las mujeres, sus historias se hacen presentes no para revictimizarlas, sino más bien para que la situación cambie (Ojinaga, 2020).
Emigrar como derecho sigue siendo un acto complejo, sobre todo si se piensa en la pérdida y lo que se deja atrás, pero, además, por el conflicto que significa asimilar lo distinto, que no siempre encaja con lo que se trae. Las mujeres que viven fuera de sus territorios de origen y cargan con el estigma de no ser originarias del presente que las acompaña pueden hacer el proceso de duelo más llevadero cuando se sienten parte de un entramado sororo que sostiene para transitar a lo nuevo. Las prácticas textiles en medio de conflictos políticos de amplio alcance son mecanismos de resistencia que respaldan el trabajo colectivo de las mujeres. Las acciones colectivas para narrar los daños producidos por la guerra, a través de la creación textil, se convierten en poderosas prácticas de memoria, sanación y resistencia aun en medio del conflicto latente (Pérez et al., 2022).
Los encuentros de bordado y escucha amorosa permiten entretejer las historias de las mujeres como una sola historia, inclusive en los contextos más dolorosos. Tal como lo hicieron las mujeres arpilleristas en la época de la dictadura chilena (1973-1990), el cobijo de las agujas y la potencia de los textiles que fueron creando en compañía les permitieron ser la voz de todo un país privado de libertad para relatar las atrocidades vividas desde su condición de familiares de desaparecidos. Las arpilleristas han servido como estímulo y puntapié inicial a muchas otras iniciativas lideradas por mujeres y vinculadas a las prácticas textiles, principalmente en América Latina, pero con una fuerte irradiación a otros territorios del mundo (Rosentreter, 2022). La arpillera es reconocida como un tipo de textil político latinoamericano que surge fuera de los ámbitos oficiales del mundo del arte. A pesar de no ser creadas bajo la pretensión de ser consideradas obras de arte, han comenzado a entrar en circuitos artísticos de renombre mundial (Rosentreter, 2020). También ha crecido el interés por el estudio de su riqueza educativa para la transformación social (Dulcey et al., 2021) y la valoración como un excelente recurso que permite activar la memoria colectiva (Michaud y De Cock, 2020, p. 29). Al igual que las arpilleristas, las mujeres migrantes que participan de espacios de activación textil hacen de la aguja y los hilos valiosas herramientas para hilvanar sus historias de resistencia.
Las prácticas textiles proporcionan un entorno pedagógico tranquilo y seguro que promueve la desarticulación de jerarquías. En él se entrelazan telas, agujas e hilos, creando entramados a modo de conexiones emocionales, más allá del lenguaje verbal. Desde nuestro quehacer como dinamizadoras y nuestra propia experiencia de la diáspora, sostenemos que estos espacios contribuyen a las nuevas pedagogías feministas ya que favorecen la inclusión y el empoderamiento de mujeres. Para lo anterior puntualizamos en tres aspectos clave: los espacios de activación textil son encuentros de acompañamiento y abrazo sororo desde técnicas que históricamente han estado vinculadas a las mujeres. Por ende, las encarnan desde sus luchas y sus propios mecanismos de aprendizaje (de generación en generación). El segundo aspecto radica en que las prácticas textiles. Al no contar con un amplio reconocimiento dentro del mundo del arte, permiten establecer una relación más cercana con ellas, evitando tener que cumplir con estándares estéticos propios de otras técnicas, ni la necesidad de tener que ser categorizadas como obras de arte. Por último, tras entender la relación de estas prácticas como quehaceres de la resistencia, las creaciones textiles adquieren un peso inevitablemente político y feminista por los contextos en que surgen y las historias de quienes las realizan. Estas prácticas, que antes se desarrollaban en el ámbito privado, se convierten en acciones reivindicativas en el espacio público gracias a la libertad de elección de las mujeres. Cada textil confeccionado a voluntad y no por exigencia social es un acto revolucionario que desafía los principios de supervivencia, resiliencia, resistencia y empoderamiento de las mujeres (Rivera García, 2017).
Las creaciones textiles concebidas desde la diáspora hablan de realidades de adaptación y también de conflictos de los territorios de origen de las participantes, a pesar de no habitarlos. A través de acciones colaborativas de creación, los espacios de mujeres y acompañamiento textil desafían las modalidades hegemónicas individualistas de enseñanza (Albarrán González, 2021) resultando un verdadero lugar de refugio y aprendizaje generoso.
Si bien las experiencias que deseamos compartir en este artículo tienen el foco puesto en el trabajo con mujeres migrantes latinoamericanas como nosotras y en el indiscutible valor en sus historias de resistencia, creemos que la contribución de las prácticas textiles a las nuevas pedagogías feministas también favorece la desestructuración de actividades asociadas al género y los cuestionamientos en torno a las nuevas masculinidades y sus intereses.
Los textiles y el quehacer textil no solo han sido objeto de investigación, también han servido como metáforas metodológicas de investigación alrededor del mundo. Las metáforas han sido instrumentales para el razonamiento y entendimiento de conceptos y aprendizajes complejos, especialmente en conexión con el conocimiento encarnado e indígena (Cajete y Williams, 2020; Lakoff y Johnson, 1999). Es desde la práctica textil que estos acercamientos a la investigación académica buscan reivindicar la importancia del quehacer textil dentro de los espacios indígenas, feministas y con perspectiva de género. Investigadoras Māori de Aotearoa Nueva Zelanda han utilizado los tejidos como parte fundamental de sus acercamientos a la investigación. Por ejemplo, Te Awekotuku (1999) menciona que tejer nos da un lugar en el mundo de la historia del arte al mismo tiempo que crea metáforas de conocimiento, de juntar hebras y crear para producir algo bello de impacto. Wilson (2013; 2017) desarrolla un acercamiento a los estudios de cine y medios Māori a partir de un fino tejido tradicional de entrelazado con los dedos llamado taaniko, y Smith (2017) utiliza whatu tejido con los dedos entrelazando metodologías y conocimientos Māori en donde la investigadora enseña a tejer a otras mujeres y juntas reflexionan sobre sus bienestar individual y colectivo.
En Latinoamérica, investigadoras han utilizado metáforas textiles como aportes metodológicos de investigación. Pérez-Bustos y colaboradoras discuten ampliamente sobre el bordado y la etnografía junto a bordadoras de distintas partes de Colombia (Pérez-Bustos, 2021; Pérez-Bustos y Chocontá Piraquive, 2018; Pérez-Bustos y Márquez Gutiérrez, 2015). En México, Angulo y Martínez (2016) utilizan la palabra tejido como metáfora de integración y cohesión del entramado que sostiene a la sociedad dentro del yarn bombing. Rivera García (2017), en su trabajo doctoral sobre tejer y resistir, explora la urdimbre audiovisual como metáfora que da cimientos a la creatividad: «Sin una buena base de urdimbre, el tejido no podrá desarrollarse de una manera correcta, por eso es fundamental que la base esté firme desde su inicio en el proceso de urdido y montaje de urdimbre para lograr un bello y útil tejido» (p. 23). Dentro de la misma línea, el trabajo doctoral de una de las autoras utiliza al telar de cintura (jolobil en Maya Tsotsil y Tseltal) como metáfora de investigación en donde se entreteje la teoría decolonial, la etnografía visual-digital-sensorial, el co-diseño, los textiles como resistencia y la cosmovisión Maya para el bienestar colectivo y el Buen vivir, en donde parte fundamental de este acercamiento encarnado requiere del sentipensar y corazonar como ontologías latinoamericanas (Albarrán González, 2020).
Como investigadoras migrantes latinoamericanas, nos reconocemos y acercamos a la investigación y práctica textil como sentipensantes combinando «la razón y el amor, el cuerpo y el corazón, para deshacerse de todas las (mal)formaciones que descuartizan esa armonía y poder decir la verdad» (Fals Borda, 2015, p. 10), reflejando la importancia de la dimensión afectiva (Alcalde Gómez, 2022; Ortiz Nicolás, 2017). En este sentido, el sentipensar rompe con los acercamientos metodológicos convencionales que desconectan al investigador para mantener «objetividad» rigurosa. Más bien al contrario, nos permite pensar y sentir los hilos de los diálogos entre nosotras como investigadoras junto a las participantes de nuestros encuentros y nuestros diálogos internos. De igual modo, esto reconoce e integra la dimensión del corazón como parte fundamental de los procesos; esto es, nos permite corazonar o co-razonar.
El corazonar surge como una propuesta política y espiritual por diferentes comunidades en Abya Yala. Guerrero Arias (2010; 2011) argumenta que corazonar busca romper con la razón como centro hegemónico, sino que debemos priorizar el sentir y los afectos como un modo de sabiduría insurgente, un acto descolonización del poder, del saber y del ser. Desde la cosmovisión Maya, la presencia del corazón integra una dimensión sagrada que requiere aprecio, afecto y cuidado, siendo una fuente fundamental de resistencia hacia la opresión (López Intzín, 2015; Pérez Moreno, 2012). De igual modo, el corazonar requiere de la integración de la intuición a través de corazonadas, retando los acercamientos puramente racionales y siendo, así, actos colectivos de razonamiento afectivo, un co-razonar. Es entonces cuando el corazonar nos permite acciones colectivas de co-razonamiento en donde los hilos del corazón se tejen en diálogos textiles colectivos entre mujeres migrantes latinoamericanas.
Así, desde las metáforas textiles metodológicas que integran el sentipensar y el corazonar sentamos las bases de esta urdimbre en donde tejemos nuestros conocimientos y experiencias en acompañamiento como y con mujeres migrantes latinoamericanas, y presentamos las resonancias textiles desde los proyectos activados en la diáspora desde Barcelona y Auckland.
En este apartado tejemos la trama de nuestros diálogos sobre experiencias y resonancias personales como dinamizadoras textiles como casos de estudio. Exponiendo nuestros hilos, mostramos la importancia de los círculos de bordado como pedagogías feministas que transforman las dinámicas de enseñanza-aprendizaje en donde nos acompañamos y compartimos experiencias como mujeres migrantes latinoamericanas fuera de nuestros territorios.
En este diálogo nos preguntamos: ¿cómo se da tu práctica textil como mujer latinoamericana migrante en tu ciudad de acogida? ¿Cómo se entretejen tu quehacer textil, tu acercamiento disciplinario y tu postura feminista?
La aguja ha sido la llave amorosa que me ha abierto muchas puertas en este territorio que no es mío, pero que he aprendido a querer porque está cosido a mi urdimbre y a mis fábulas de vida. Siempre a un costado de mi Valparaíso natal.
El año 2017 con mi compañero y mi gato (centinela de mis lanas) nos fuimos a vivir a Barcelona para estudiar. Desde esta experiencia entendí la relación del arte con la política y pude profundizar en el origen y valoración del arte en y desde América Latina. Empíricamente, comprobé la persistencia del colonialismo en la academia, por lo que busqué fortalecer mis investigaciones y proyectos de artivismo textil a través del trabajo con mujeres migrantes. Desilusionada del sistema del arte, las prácticas textiles me mostraron un mundo que sobrevive, se empodera y crece a través de redes colaborativas principalmente entre mujeres.
Entre los años 2019 y 2022 fui co-dinamizadora del grupo Caminantas, arpilleristas de Poble-Sec, de Barcelona. Fueron tres años de crecimiento y acompañamiento sororo a través del textil en los que realizamos encuentros y exposiciones como «Dona'm espai», «Bordada. Mujeres presentes», «Somos la Trama de todas Nosotras» y «M'han Fecit». Desde un trabajo centrado principalmente en el proceso por encima del resultado, la arteterapia fue la herramienta esencial para movilizar la creación de arpilleras que se transformaron en páginas textiles de nuestros destierros físicos y emocionales. Otro proyecto que dinamicé fue «Bordar como metáfora de mujer», que duró dos meses y se realizó en el Prat de Llobregat. En esa instancia, realizamos un pequeño libro textil de nuestras historias de resistencia y un tendedero de denuncias contra la violencia de género, obras que formaron parte de la exposición «Diverses: Art i Feminismes».
Tras seis años viviendo en España, me he dedicado a visitar y revolver diversos costureros. Una conclusión importante a la que he llegado es que en estos espacios hay una fuerte presencia de mujeres latinoamericanas pulsando proyectos feministas y de denuncia social. La historia doliente de un continente que sangra en desigualdades no se olvida, y las mujeres no olvidan ni sus tierras ni sus luchas. Dentro de estas colaboraciones destaco el trabajo con Mottainai Zaragoza, grupo de formación colaborativa de bordado, zurcido y reutilización que en diversas ocasiones me ha hecho parte de sus bellos encuentros. También he tenido el agrado de trabajar con la agrupación de mujeres feministas Madejas contra la Violencia Sexista, que tiene su origen en el País Vasco. Esta poderosa red que ha trascendido a otros territorios teje y genera encuentros de concientización en contra la violencia machista en los que me ha toca dinamizar espacios de bordado y de reflexión en torno al reconocimiento de las prácticas textiles como un tipo de artivismo.
Aprendiendo a vivir fuera de mi tierra y reacomodando mis raíces, me sorprendió el Estallido Social en Chile. Desde mi frustración de años y la pena por las imágenes de represión que daban la vuelta al mundo, surge «Mil agujas por la Dignidad»3, protesta textil realizada el 7 de diciembre de 2019 para denunciar las violaciones a los derechos humanos en Chile y América Latina. En este encuentro multitudinario de bordado simultáneo participaron 66 colectivos de 84 localidades del mundo, dirigidos principalmente por mujeres. En la actualidad, gestiono «Mil agujas por la Dignidad» como una plataforma que difunde iniciativas textiles y activa diferentes convocatorias vinculadas a causas feministas y sociopolíticas. Este proyecto autogestionado, forjado desde mis convicciones y las voluntades de muchas más, es la ventana abierta a centenares de textileras que nutren mis investigaciones. Entre los proyectos que se han realizado, se destacan encuentros feministas digitales como «Bordamos» y denunciamos los horrores del patriarcado y Narrativas Textiles Feministas, en el que participaron más de 60 textileras de diversas partes del mundo. En marzo de 2023 se realizó la convocatoria «Enhebrada Feminista» que incluyó conversatorios con mujeres que vinculan sus prácticas textiles a causas feministas4.
A pesar de los resquemores que genera el mundo del arte, me parece urgente reconocer las prácticas textiles como creaciones textiles artísticas, indistintamente de que quienes las realicen no cuenten con estudios oficiales artísticos. Pese a que a la hora de hablar del mundo textil desde su vinculación a lo político se usa con mayor frecuencia el término de activismo, reclamo en todo momento el uso de la palabra artivismo. Primero, porque al hablar de artivismos textiles se mantiene el peso político de estas prácticas. Pero, además, se visibilizan como formas de conocimiento y como manifestaciones artísticas. El lenguaje también representa una forma de ganar espacios para contribuir a cuestionar los discursos dominantes y promover una visión más inclusiva y equitativa de la historia del arte. Al reconocer y dar voz a las mujeres creadoras latinoamericanas se puede generar un impacto significativo en la reconfiguración de la narrativa artística y en la lucha contra la marginación histórica y cultural que ha promovido la acomodada escritura de la historia del arte desde los relatos euro-norteamericanos.
Los textiles políticos están experimentando un proceso de artificación (Heinich y Shapiro, 2012) potenciado por sus características particulares5, que les permiten transitar por diversos espacios sin depender completamente de ninguno. Es así como encontramos textiles políticos en ferias artesanales, en instituciones artísticas y también como lienzos de protesta en las calles. Muchos textiles de denuncia exponen situaciones graves ignoradas por los Estados y las autoridades, por lo que también es urgente recuperar y ocupar espacios artísticos para visibilizar las voces acalladas que resisten en esas piezas textiles.
La esperanza me crece cuando me encuentro con otras compañeras como Diana que, desde sus quehaceres textiles y sus multiroles, luchan por promover prácticas feministas y reescribir la historia de la que fuimos arrancadas.
Del mismo modo que los telares requieren un trabajo previo de preparación de material y montaje del telar, antes de poder empezar a tejer y, en este caso, por tejer mi diálogo desde Auckland, considero importante contar el origen de mis hilos. Soy una diseñadora-investigadora mexicana en la diáspora que, después de múltiples migraciones, se ha asentado (por ahora) en Aotearoa, Nueva Zelanda, desde 2015. Mi historia es un reflejo de los retos migratorios a los que nos enfrentamos como mujeres y madres migrantes, afrontando la crianza lejos de la familia, la separación marital y el desarrollo profesional mientras se intenta mantener y transmitir nuestras raíces. Gracias a los constantes cuestionamientos como migrantes para responder a preguntas como «¿de dónde eres?» (reflejando que, para el ojo de la audiencia, claramente «no eres de aquí»), el mirar nuestro origen «desde otro lado» me ayudó a entender, desaprender y reaprender cuestiones identitarias que interiorizamos desde los discursos hegemónicos en nuestros países, y como estos se entretejen con cómo somos percibidos. En México aprendí que era una mestiza mexicana, mientras que en mi primera experiencia migrante aprendí que también era latinoamericana. En Aotearoa, Nueva Zelanda, gracias a acercamientos descolonizadores y al caminar junto a compañeras académicas Māori, cuestioné la identidad mestiza que nos deja mirando a Europa mientras nos hace rechazar nuestra raíz indígena. Cobijada por mis compañeras, pude nombrar por primera vez mis raíces Nahua y P’urhépecha, aunque siendo consciente de que eso no me quita el privilegio en México como grupo dominante. Estos aprendizajes de experiencias situadas con lente feminista, en contraste con la investigación académica patriarcal, incitan insurgencia y resistencia y centran el corazón como guía, tanto en la investigación como en el modo de vida.
Mi experiencia del quehacer textil colectivo en Auckland surge inspirada de los aprendizajes durante el trabajo de campo del doctorado junto a compañeras Mayas Tsotiles y Tseltales de la colectiva autónoma y autogestionada Malacate Taller Experimental Textil en los Altos de Chiapas, México. De mis compañeras pude aprender cómo los textiles y sus prácticas en colectividad son un medio que propicia la reactivación e intercambio de conocimientos entre mujeres de distintos contextos culturales y generaciones, que están estrechamente ligados con el bienestar individual, grupal y comunitario y que, al mismo tiempo, permiten la creación de redes de apoyo mutuo. A través del acompañamiento, talleres de co-diseño multisensorial y el aprendizaje del telar de cintura, pudimos entretejer los hilos de su trabajo textil, de resistencia y su lekil kuxlejal6, proponiendo alternativas para un diseño centrado en el Buen vivir.
Junto a mis compañeras, acompañada de mi madre e hija, pude sentipensar y corazonar cómo el bordado crea espacios seguros de escucha, reflexión y conexión entre mujeres y crea puentes de diálogo, emoción, (auto)conocimiento y bienestar. En contraste, mi experiencia y retos de vida en Auckland como mujer migrante lejos de mi familia provocaban cuestionamientos e inquietudes de querer ir más allá del trabajo académico y conectar esos aprendizajes para que tuvieran un impacto en mi vida y la de otras mujeres en situación de migración. ¿Cómo integrar la práctica textil para el bienestar colectivo de las mujeres migrantes latinoamericanas? ¿Cómo crear círculos de bordado como espacios de acompañamiento y sororidad? ¿Se puede utilizar el quehacer textil como medio de activismo entre mujeres migrantes latinoamericanas?
Desde estos cuestionamientos, comencé a explorar los conocimientos de la investigación en otro contexto hacia una investigación activista en la praxis (De la Piedra y Méndez, 2018), situándome como integrante de la comunidad latinoamericana en Auckland, fundando un colectivo para el Buen vivir y como parte del grupo Sororidad Latina7. Desde la primera iniciativa, en 2019, facilité un taller para mujeres latinoamericanas en donde exploramos cómo el Buen vivir puede servirnos en nuestra experiencia migrante, y organicé nuestra participación al llamado de «Karen para Mil gujas por la Dignidad» como acto solidario con nuestros países latinoamericanos en resistencia, compartiendo a través del bordado la situación de cada uno de nuestros países y el impacto que sufrían nuestras familias en consecuencia. Como miembro de Sororidad Latina, en conmemoración del Día internacional de la mujer en 2020 y 2021, facilité la creación de espacios de bordado para dialogar sobre nuestras experiencias como mujeres migrantes mientras bordamos mensajes sobre las luchas feministas y la sororidad.
Mi quehacer textil individual y colectivo en Nueva Zelanda, como un país angloparlante aún ligado a la corona británica, se posiciona dentro del craftivism en dos sentidos: el primero, haciéndose eco del origen del término como la intersección entre craft y activismo social y político (Greer, 2014). Mientras que el término craft en inglés se relaciona como una actividad que involucra el trabajo a mano, su traducción en español tiene dos acepciones: manualidad y artesanía. Por tal motivo, mantengo el uso del término en inglés por el contexto en el que me encuentro, pero haciendo énfasis en la importancia del término artesanía en el contexto latinoamericano. Es desde la artesanía de donde surge el segundo sentido del uso de craftivism en mi práctica, en contra de las visiones coloniales que establecen jerarquías de conocimientos entre el arte, el diseño y la artesanía. Como postura descolonizadora, busco la revitalización y reivindicación del término craft (artesanía), posicionando las prácticas textiles latinoamericanas como acercamientos emancipadores, feministas y de acción socio-política sin buscar la legitimación dentro los espacios de arte sino, más bien, como parte del pluriverso de prácticas creativas de la resistencia. Esto es particularmente importante para mí como académica dentro de una escuela de bellas artes y diseño, para mostrar la existencia de otras maneras de hacer y ser textiles.
Para rematar este telar dialógico, discutimos los puntos de este entramado sentipensante reflexionando sobre nuestros hilos desde el corazonar. A través de nuestra labor como dinamizadoras de círculos de bordado, y nuestra vivencia como mujeres migrantes, hemos podido no tan solo teorizar desde la práctica, sino que también hemos podido entrelazar de manera significativa el acompañamiento, las pedagogías feministas, el artivismo y el craftivism, así como la resistencia y la sororidad que se vive en estos espacios. Estas experiencias han dejado una huella profunda en nuestras vidas a nivel personal. El dolor y los retos que trae el migrar no son situaciones que puedan articularse fácilmente, pero el bordado junto a otras mujeres migrantes crea un entendimiento que va más allá de las palabras, un acuerpamiento incluso a través de la distancia, tal y como los hemos sentido nosotras incluso sin habernos conocido en persona.
Las prácticas textiles nos han permitido conectar a través de plataformas digitales que acompañan desde otro modo. Si bien lo virtual no puede sustituir un abrazo sororo en persona, sí permite acompañar a pesar de la distancia. Ya sea desde la presencialidad física o desde medios virtuales, ambas buscamos visibilizar la potencia del textil para el acompañamiento como mujeres migrantes latinoamericanas y su conexión con el cuidado colectivo y autocuidado (Martínez Ortiz y Estrada Medina, 2018). En este sentido, este es nuestro hilo conductor tanto desde el quehacer textil como desde la academia y desde nuestras propuestas de pedagogías feministas entrelazadas a nuestros contextos latinoamericanos.
Al mismo tiempo, buscamos evidenciar la importancia de realizar una revolución feminista desde las prácticas pedagógicas, pero de forma colectiva, sociabilizando los conocimientos, rompiendo con conductas del mundo académico que apuntan a la construcción de nuevos conocimientos desde lo individual. De igual modo, los círculos de bordado presentan una manera cuidadosa de hacer investigación, más allá de las entrevistas y los grupos de enfoque permitiendo otros modos de articulación y pedagogía:
Sentarse alrededor de la misma mesa, compartiendo materiales y con las cabezas hacia abajo se ha consolidado la posibilidad de hablar y hablar-se sin recibir miradas y sin recibir gestos o expresiones faciales. Esto, sin duda, ha posibilitado la conversación entre la voz y el oído, y se ha enlazado en la relación ojo-mano. (Cuéllar Barona y Caicedo Giraldo, 2023, p. 159)
Vemos entonces que las prácticas textiles favorecen la conformación de espacios de intercambio entre académicas, feministas y mujeres migrantes latinoamericanas contribuyendo desde un cuerpo colectivo a este movimiento. Al mismo tiempo, permite hacer accesible el intercambio de saberes con personas que están fuera de la academia. En razón de lo mismo es que entendemos que existen diversas dimensiones del conocimiento y eso se subyace en gran medida a los campos en que se produzcan.
Por último, queremos enfatizar en la importancia de reconocer y valorar las prácticas textiles autogestionadas y colectivas, trascendiendo las limitaciones impuestas por la academia y el mundo oficial del arte. Estas entidades suelen determinar las formas legítimas de producción de conocimiento, investigación y valor atribuido a sus resultados. Al promover espacios colaborativos con otras mujeres, nos regalamos la posibilidad de decidir qué y cómo llevar a cabo estas experiencias, sustentándolas principalmente en las necesidades y conocimientos de todas las integrantes. Lo hacemos, eso sí, a través de un diálogo permanente con nuestras prácticas, para sumar o deconstruir conocimientos que puedan surgir de nuestras formaciones profesionales.
En estos valiosos espacios de acompañamiento textil, hemos validado nuestra facultad de establecer el verdadero valor de nuestras actividades como mujeres y personas migrantes, las cuales tienen un impacto significativo en nuestro bienestar individual, colectivo y en nuestra comunidad de mujeres latinoamericanas en resistencia.
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1 Usamos el término diáspora en el sentido amplio de palabra que designa a todo aquel pueblo, colectivo o grupo humano que se encuentra disperso fuera de su país de origen.
2 «Discursos de la resistencia. La enunciación a través de la producción textil artesanal de mujeres migrantes» (Eliçabe, 2020). Esta investigación se centró en las obras textiles contemporáneas pertenecientes a colectivos de migrantes en Hamilton, Nueva Zelanda.
3 Para más información visitar: https://milagujasporladign.wixsite.com/manifestaciontextil
4 Todos los conversatorios abiertos se encuentran disponibles en el Instagram de la plataforma https://www.instagram.com/mil_agujas_por_la_dignidad/
5 Aspecto que me encuentro desarrollando en mayor profundidad en mi tesis doctoral para la Universidad de Barcelona sobre prácticas textiles asociadas a conflictos políticos en América Latina.
6 Un concepto similar al Buen vivir para los pueblos Mayas Tsotsiles y Tseltales es el Lekil Kuxlejal, en dónde lekil es bueno y kuxlejal es vida. También se le conoce como vida digna y justa.
7 Sororidad Latina es una comunidad autogestiva creada por y para mujeres latinoamericanas que viven en Nueva Zelanda y que promueve el intercambio de ideas y causas basados en los principios de sororidad, colaboración y respeto. El grupo de Facebook cuenta con más de 3 mil mujeres participantes que se acompañan y apoyan mutuamente.